7 de febrero de 2025
Humanos y no humanos en el nacionalismo estadounidenseLa UFW (United Farm Workers, IG: @ufwupdates) reportó en su cuenta que multiples oficinas de su organización recibieron esta carta durante las primeras semanas de 2025.
It fails [our government] to protect our magnificent, law-abiding American citizens but provides sanctuary and protection for dangerous criminals, many from prisons and mental institutions, that have illegally entered our country from all over the world…
[Nuestro gobierno] no logra proteger a nuestros magníficos ciudadanos estadounidenses respetuosos de la ley, pero brinda refugio y protección a criminales peligrosos, muchos de ellos provenientes de prisiones e instituciones mentales, que han ingresado ilegalmente a nuestro país desde todas partes del mundo…
Just a few months ago, in a beautiful Pennsylvania field, an assassin’s bullet ripped through my ear. But I felt then and believe even more so now that my life was saved for a reason. I was saved by God to make America great again…
Hace apenas unos meses, en un hermoso campo de Pensilvania, la bala de un asesino me atravesó la oreja. Pero sentí entonces y creo aún más ahora que mi vida fue salvada por una razón. Dios me salvó para hacer que Estados Unidos volviera a ser grande…
All illegal entry will immediately be halted, and we will begin the process of returning millions and millions of criminal aliens back to the places from which they came…
Se detendrá inmediatamente toda entrada ilegal y comenzaremos el proceso de devolver a millones y millones de extranjeros delincuentes a los lugares de donde vinieron…
The United States will once again consider itself a growing nation — one that increases our wealth, expands our territory, builds our cities, raises our expectations, and carries our flag into new and beautiful horizons…
And we will pursue our manifest destiny into the stars, launching American astronauts to plant the Stars and Stripes on the planet Mars…Estados Unidos volverá a considerarse una nación en crecimiento, una que aumenta nuestra riqueza, expande nuestro territorio, construye nuestras ciudades, eleva nuestras expectativas y lleva nuestra bandera hacia nuevos y hermosos horizontes…
Y perseguiremos nuestro destino manifiesto hacia las estrellas, lanzando astronautas estadounidenses para plantar las barras y estrellas en el planeta Marte…
Americans are explorers, builders, innovators, entrepreneurs, and pioneers. The spirit of the frontier is written into our hearts. The call of the next great adventure resounds from within our souls.
Our American ancestors turned a small group of colonies on the edge of a vast continent into a mighty republic of the most extraordinary citizens on Earth. No one comes close…
Los estadounidenses son exploradores, constructores, innovadores, emprendedores y pioneros. El espíritu de la frontera está escrito en nuestros corazones. El llamado de la próxima gran aventura resuena desde el interior de nuestras almas.
Nuestros antepasados americanos convirtieron un pequeño grupo de colonias en el borde de un vasto continente en una poderosa república de los ciudadanos más extraordinarios de la Tierra. Nadie se acerca.
Americans pushed thousands of miles through a rugged land of untamed wilderness. They crossed deserts, scaled mountains, braved untold dangers, won the Wild West, ended slavery, rescued millions from tyranny, lifted billions from poverty, harnessed electricity, split the atom, launched mankind into the heavens, and put the universe of human knowledge into the palm of the human hand. If we work together, there is nothing we cannot do and no dream we cannot achieve.
Los estadounidenses recorrieron miles de kilómetros a través de una tierra escarpada y salvaje. Cruzaron desiertos, escalaron montañas, afrontaron peligros incalculables, ganaron el Salvaje Oeste, acabaron con la esclavitud, rescataron a millones de la tiranía, sacaron a miles de millones de la pobreza, aprovecharon la electricidad, dividieron el átomo, lanzaron a la humanidad a los cielos y pusieron el universo del conocimiento humano en la palma de la mano humana. Si trabajamos juntos, no hay nada que no podamos hacer ni ningún sueño que no podamos alcanzar.
Fragmentos del Discurso de toma de posesión Donald J. Trump [†]
20 de enero de 2025
Humanos y no humanos en el nacionalismo estadounidense
Por Javier Torres Parés*
En julio de 1893 Frederick Jackson Turner expuso su visión sobre la originalidad de la formación de Estados Unidos en una reunión de la American Historical Association. Las ideas contenidas en su ensayo “El significado de la frontera en la historia americana”[1] rápidamente se convirtieron en la interpretación dominante del devenir estadounidense. El impacto que lograron sus tesis ha sido la base de una buena parte de la producción cultural de los Estados Unidos, así como de su poderosa industria del entretenimiento. La influencia de su interpretación perdura hasta nuestros días en el imaginario popular de ese país.
Para Turner, lo más característico de los aportes de Estados Unidos al “espíritu humano”, proviene de la extensión constante de la experiencia de la frontera a nuevas regiones en las que formaba sociedades pacíficas con nuevos ideales que, en conjunto, constituyeron la Nación. Por su visión de la formación del carácter nacional, Turner es considerado el más importante seguidor de las tesis del nacionalismo romántico de Johann Gottfried von Herder (1744-1803). Turner, como los románticos del siglo XIX, buscaron continuamente las formas en que diferían individuos y pueblos, en lugar de buscar cualidades comunes a todos los seres humanos”[2].
Al contrario de quienes pensaban que los principales antecedentes de las instituciones de los Estados Unidos derivaban de los ingleses y los alemanes, en sus ensayos Turner establece que “hasta hoy la historia americana ha sido en gran medida la historia de la colonización del gran oeste”.[3] La peculiaridad lograda por las instituciones estadounidenses habría resultado del hecho de que se han visto constantemente obligadas a adaptarse a los cambios requeridos por un pueblo en constante expansión. Este proceso es el que derriba los regionalismos y le da a la formación de la Nación un carácter específicamente americano, distinto del europeo. Los pioneros son quienes se aventuran y avanzan en esa región fundacional donde se transmutan los antecedentes europeos y se convierten en experiencia nueva y en nuevas instituciones democráticas; la frontera es – nos dice- la línea de más rápida y efectiva “americanización”.
La zona fronteriza es el paraje o la naturaleza salvaje (wilderness) que conquista al colonizador. Es una región primitiva, violenta, capaz de restituir al hombre su pureza y regenerarlo. La frontera es finalmente creadora de un hombre nuevo y de una nueva Nación específicamente estadounidense. Turner describe las propiedades de la frontera (el bosque, la pradera, el desierto) por medio de una metáfora:
“La naturaleza salvaje domina al colono. Lo encuentra como europeo por sus vestidos, instrumentos, herramientas, por su forma de viajar y de pensar; lo saca del ferrocarril y lo sube a una canoa de abedul; lo despoja de los vestidos de la civilización y lo provee de camisa cazadora y mocasines; lo instala en una cabaña de cherokee o de iroqui y el colono construye en torno suyo una empalizada. Pronto siembra maíz y abre la tierra con un arado; lanza el grito de guerra y corta el cuero cabelludo en el más puro estilo indio. En breve, en la frontera el ambiente es al principio muy duro para el hombre. Tiene que aceptar las condiciones que le impone, o perecer, por lo que se adapta a los espacios de los indios y sigue sus senderos. Poco a poco transforma la naturaleza salvaje, pero el resultado no es la vieja Europa, no es el simple desarrollo de la semilla germana… El hecho es que surge aquí un nuevo producto que es americano.”[4]
Los indios son el mayor peligro que es necesario enfrentar en la naturaleza salvaje. Turner señala que el proceso de satanización de los indígenas y su progresiva deshumanización, (esas serpientes rojas, diría Coton Mather, pastor graduado en Harvard y profeta de la misión civilizatoria del nuevo país) es una parte sustancial de la experiencia fronteriza. Se justifica de este modo la eliminación del enemigo en el proceso de expansión. Transformar los pueblos fronterizos en guarniciones militares es una de las respuestas frente al enemigo que más profundidad adquieren en ese territorio.
Recorrer el desierto o el bosque, sufrir en la naturaleza, dominar con violencia una región hostil, para Turner es el sacrificio necesario para lograr la regeneración de lo europeo y la creación del hombre nuevo, lo que es posible gracias a la expansión hacia el oeste. El regreso a lo primitivo transforma las instituciones y el modo de vida y gracias a esta experiencia se opera constantemente, como en sucesivas glaciaciones, una regeneración de la Nación entera hasta conformarla con una identidad propia. Siguiendo a Loria, el economista italiano, Turner sostiene que la historia de la evolución del mundo se puede leer en Estados Unidos haciendo un recorrido de oeste a este que empieza con el indio y el cazador, sigue con la desintegración de la esclavitud y el inicio del comercio, que pasa por la etapa pastoral y la vida en los ranchos, continúa en el avance de los cultivos intensivos y termina con el desarrollo industrial. [5]
Una clave para comprender el éxito de estas tesis se encuentra en la tradición religiosa del puritanismo. El historiador Christopher Hill aborda el estudio del ambiguo uso que hizo el puritanismo anglosajón de símbolos como la cerca (the hedge), la naturaleza salvaje (wilderness) y el jardín (the garden). Las imágenes bíblicas que vinculan una naturaleza peligrosa, el jardín cultivado y la cerca de separación entre una y otro, son un conjunto de símbolos que establecen la necesidad de conquistar la tierra inculta y separar el páramo de la tierra ganada simultáneamente al reino de lo divino y a la civilización.
La ambigüedad de estos símbolos permite que las diversas corrientes del puritanismo se los apropien de distintos y contradictorios modos, pero en todos los casos Hill nos hace observar que estas metáforas proponen una organización social. La cerca puede representar en unos la protección de la propiedad privada y en otros la delimitación de un jardín constituido con trabajo comunal, para citar sólo las interpretaciones más extremas. En todos los casos permanece la distinción que se establece entre el jardín y la naturaleza salvaje.
El jardín representa un lugar ordenado, bien gobernado y la sede de la civilización frente a la barbarie. El vergel también representa disciplina y cohesión, mientras que la naturaleza salvaje representa desorden, oscuridad y muerte. Según Hill, esta interpretación de los símbolos bíblicos es especialmente fuerte en las congregaciones de teología calvinista como los presbiterianos y bautistas.[6]
Cruzar por los horrores de desierto, es lo que hicieron los hijos de Israel. El desierto representa la adversidad, el sufrimiento, la tentación, pero es un sacrificio necesario para recrear el paraíso, para fundar ciudades y países de acuerdo con el arquetipo celeste. En Turner ese lugar de sufrimiento es la frontera, el oeste y el pionero son los medios de una transformación. Como en un edén bíblico, la frontera de Turner representa la posibilidad de privacidad, de propiedad, de familia, de civilización, de éxito material y supone la superioridad del colono frente a los nativos.
Ocurre aquí un uso simbólico de la relación entre naturaleza salvaje y tierra ganada para la civilización que, en su esencia, se asemeja al uso de los símbolos bíblicos. El entramado de estas evocaciones míticas en las tesis de la frontera, vinculadas a la cultura puritana, plantean la necesidad de expansión del jardín y de cultivar los páramos yermos en un movimiento constante que transforma la naturaleza y que, a la postre, fundamentan la idea de pueblo elegido y liderazgo mundial.
Con un lenguaje laico y una argumentación cientificista, se actualizan y adquieren legitimidad ideas y emociones de carácter mítico y religioso en los últimos años del siglo XIX y los primeros del siglo XX. Las ideas religiosas se encuentran profundamente arraigadas en la imagen que de sí mismos se forjan los estadounidenses y en el imaginario de la Nación. Muy probablemente el éxito de las tesis de Turner en la producción de la historia estadounidense, a pesar de las importantes críticas que numerosos historiadores han hecho de su trabajo a lo largo del siglo XX, deriva del hecho de que reformula en términos de una interpretación romántica de la historia, una cultura religiosa profundamente arraigada en la mentalidad popular.
Estas ideas fueron difundidas en forma fragmentaria en numerosas publicaciones de antropología, frenología, lingüística, naturalismo, así como en el trabajo de los anticuarios. El prestigio que adquirieron las publicaciones de divulgación científica en las últimas décadas del siglo XIX, contribuyeron a dotar de una nueva legitimidad a las viejas ideas religiosas.[7] La ciencia popular difundida en los Estados Unidos es, en numerosos casos, una ideología con contenidos religiosos subyacentes que se difunden en el siglo XX en la literatura de folletín, en el cine y en los medios de comunicación, que reproducen y afianzan paulatinamente el mito de la frontera como gran mito fundador de los Estados Unidos.[8] La presencia de este bagaje en la cultura estadounidense nos provee de elementos para comprender cómo la idea de frontera se convierte en el eje estructurador de la Nación. Richard Slotkin sostiene que la frontera es un mito con gran poder para dar forma a “la vida, pensamiento, y política de la Nación.” Para Slotking este mito:
“sirve con la misma facilidad las necesidades del progresivismo y del conservatismo, de los dirigentes políticos y de los escritores de guiones de cine, de la historiografía académica y de la apologética burocrática, de la guerra y de los juegos de niños; que está enraizado en la historia pero es capaz de trascender las limitaciones de una temporalidad específica para dirigirse con autoridad comparable e inteligibilidad a los ciudadanos de las colonias de siglo XVIII, de la república agraria del siglo XIX y a la moderna potencia mundial industrial; que se originó en relatos dichos por, para, y sobre los héroes rurales protestantes ‘blancos anglosajones’ y que sin embargo se convirtió en el entretenimiento preferido de una audiencia formada por la población étnicamente heterogénea de la ‘megalópolis’ del siglo XX.”[9]
Los valores del hombre fronterizo son también los grandes valores estadounidenses: independencia, éxito personal, valor, movilidad, virilidad, audacia, ingenio técnico, capacidad de competencia y de organización para vencer condiciones adversas y hacer la guerra contra los indios y los enemigos de la civilización. Como señala Slotkin, la frontera es una narrativa que describe numerosos héroes que encarnan estos valores: Daniel Boone, Buffalo Bill, Custer, los vaqueros multiplicados por la literatura y el cine. La frontera durante un largo periodo evoca una organización social construida como un regimiento militar al modo fronterizo y como un proyecto de modernización.
La frontera simultáneamente es una ideología y un proyecto económico pero sobre todo, es una mirada hacia los otros, un modo de distinguirse de los que están al otro lado de la frontera, muchas veces zona de refugio de maleantes y de indios renegados o bien, una metáfora útil para identificar en las fronteras internas (sociales, económicas, identitarias) a los otros, por ejemplo los indígenas, los inmigrantes, los negros, los obreros (esos salvajes blancos), particularmente en tiempos de crisis social y económica y para asignarle a la violencia un contenido mítico de regeneración, de preservación de la civilización y de creación de un hombre nuevo. [10] Si bien la tesis de la frontera ha sido retomada de diversos modos por las principales corrientes políticas de Estados Unidos, también ha sido una constante su utilización para justificar las ideologías racistas y para satanizar a las minorías que en diversos momentos son señaladas como los bárbaros que amenazan a la civilización.
La inmigración masiva en las últimas décadas del siglo XIX que formó una gruesa parte del mundo obrero, por su composición étnica constituida por judíos, italianos y eslavos, entre otros, fue identificada por la prensa y los medios de comunicación entonces existentes como razas incapaces de una vida ordenada por lo que habría que negarles el voto y otros derechos políticos. Como parte de una ideología religiosa, en muchos casos se encuentra también la concepción del trabajo y del trabajador. La fusión de puritanismo y la doctrina cristiana en torno a la maldición de Adán, impidió a los trabajadores ver en su trabajo, no la creación de riqueza o el servicio a los demás, sino como abnegación y sacrificio del disfrute y del placer, sufrimiento supuestamente formador del carácter. El trabajo doloroso y miserable es visto como dignificante. Como señala David Graeber en su libro Bull Shit Jobs, en Estados Unidos los pobres, flojos e indeseables, constituyen estereotipos largamente vinculados al racismo: “generaciones de inmigrantes- dice Graeber- aprendieron lo que significa ser un trabajador americano (hardworking american) y se le enseñó a despreciar la imaginada indisciplina de los descendientes de eslavos, de la misma manera que los japoneses aprendieron a desdeñar a los coreanos o los trabajadores ingleses a los irlandeses. En este caso, la exclusión es de orden cultural frente al pionero y al superhombre surgido de la experiencia fronteriza, sujeto fundamental de la Nación.
Esta definición del sujeto ideal de la Nación que se encuentra contenido en este gran mito de la frontera implica también una definición de su moral, específicamente de su moral religiosa. La nueva Nación, señala James A. Morone “formada por muchas tribus y razas, siempre enfrenta la pregunta primordial, ¿Quiénes somos?”. Morone se remonta hasta los puritanos originales para encontrar una respuesta plenamente “americana”: “un pueblo piadoso, un modelo para el mundo, una ciudad sobre la colina. Los sueños morales definen los ideales de la Nación que inspiran cruzadas dentro y fuera del país… Si el fervor moral mueve a nuestros mejores ángeles, la fiebre moral moviliza nuestros demonios. Cambios amenazantes –una nueva economía, ciudades en auge, aún más extranjeros- despiertan temores de decadencia…”[11]
Cada generación, señala Morone, culpa a los holgazanes, a los “ellos” no “americanos”. A cada paso —continúa— otro hombre judío o chino roba nuestras hijas y corrompe nuestra tierra. Los esfuerzos para convertir o controlar a los peligrosos “ellos”, resuenan en la cultura y reorganizan el régimen. Para Morone, la definición del carácter estadounidense en términos religiosos implica también el cruce y el traslape entre moral y política pública o, dicho de otro modo, la imposición por medio de la política de dicha moral religiosa en la vida privada de los individuos, la cancelación de la división entre el espacio privado y el público para proteger a la civilización de las amenazas que representan los extranjeros o los que no pertenece a esa cultura.
Lo propiamente estadounidense se encuentra definido en el fondo por el sentimiento religioso, característica específica del sujeto nacional que, desde luego, Turner encuentra en su mayor pureza en el hombre de la frontera. Para él, los hombres del oeste medio de Estados Unidos, por ejemplo, crearon un nuevo tipo de autoridad distinta de la autocracia europea. Estos pioneros crearon un liderazgo propio, formado de manera espontánea. Eran, nos dice Turner, hombres emocionales. Mientras despejaban la tierra de árboles y de salvajes, crearon comunidades igualitarias y dado el aislamiento de sus vidas, cuando se reunían, compartían sus emociones y su entusiasmo. Los escoceses e irlandeses, presbiterianos, bautistas o metodistas, se saturaron del sentimiento religioso y político, el púlpito era su centro de energía, crearon células de energía eléctrica capaces de extender el fuego; “sentían su religión y su democracia y estaban preparados para luchar por ella”.[12] Habrían creado, en esta visión de las cosas, un inconsciente colectivo, una profunda unidad moral.
Éste es el genio nacional, el Volkgeist de Herder. La formulación romántica de la Nación basada fundamentalmente en la tradición cultural y religiosa, en la lengua o en la raza o, como en este caso, en la experiencia de la frontera, tanto si es la frontera territorial o la que plantea la conquista del espacio, genera una identidad que somete a su ley los comportamientos individuales, que se hereda y que se distingue de “los otros”, de los que no forman parte de esa tradición, que no comparten la misma sangre, de los que no tienen la misma cultura, de los que no hablan la misma lengua. Se realiza aquí el objetivo de distanciarse de la cultura europea y el de crear una identidad propia.
Buena parte de las exclusiones y discriminación que reconocemos en Estados Unidos y en los países occidentales se forjan en estas identidades únicas o privilegiadas. Dichas identidades tienden a hacerse excluyentes y forman compartimientos estancos frente a aquellos convertidos ahora en pequeñas o grandes minorías étnicas o culturales que son discriminadas, satanizadas, deshumanizadas.
Como señala Alain Finkielkraut, el Estado que se constituye de este modo, deviene con facilidad un régimen autoritario: “nada detiene a un estado preso de la embriaguez del Volkgeist; ningún obstáculo ético se alza ya en su camino: privados de existencia propia, desalojados de su fuero interno, sus súbditos no pueden reivindicar sus derechos, y como sus enemigos no pertenecen a la misma especie, no hay ningún motivo para aplicarles unas reglas humanitarias.” [13]
Cuando esto ocurre no es posible distinguir entre un trabajador indocumentado y un criminal. Es necesario deshumanizarlo para exterminarlo; todos son criminales por no pertenecer a una cultura, a una tradición dominante o por ignorar el idioma oficial. Los “sin papeles” no merecen defensa legal alguna ni un tratamiento humanitario. Tampoco merecen contemplación alguna los palestinos ni quienes los defienden, por ejemplo, en Estados Unidos. Todos ellos son los aliens, los peligrosos “ellos” externos o internos que tienen que ser eliminados a toda costa, encadenados de pies y manos para limpiar a la sociedad, higienizarla, para preservar la ley y el orden de una población homogénea preferentemente blanca y patriarcal. No hay Corte que pueda impedir esta política pública, no parece haber un gobierno capaz de impedir esta embestida de un país poderoso cuando tantos otros países supuestamente civilizados igualmente deshumanizan a los “ellos”. El discurso de Donald J. Trump, presidente de los Estados Unidos de América, la “tierra de los libres”, lleva la emoción nacionalista a un peligroso extremo.
[†] Discurso de toma de posesión del presidente Donald J. Trump, consultado el 8 de febrero de 2025: https://www.whitehouse.gov/remarks/2025/01/the-inaugural-address/
[1] Turner, Frederick Jackson, “The Significance of the Frontier in American History”, en The Frontier in American History, Dover Publications, Inc., New York, 1996.
[2] Horsman, Reginald, La raza y el destino manifiesto. Orígenes del anglosajonismo racial norteamericano, FCE, México, 1985, p. 67.
[3] Jackson Turner, Frederick, Op. cit., p. 1.
[4] Ibídem, p. 3-4.
[5] Ibídem, p. 11.
[6] Hill, Christopher, “5.- The Wilderness, the Garde and the Edge”, en The English Bible and the Seventeenth-Century Revolution, England, 1994, pp. 141 y ss.
[7] Horsman, Reginald, Op. Cit., pp. 196 y ss.
[8] Ver un magnífico análisis en Slotkin, Richard, Fatal Environment. The Myth of the Frontier in the Age of Industrialization 1800-1890, New York, Harper Perennial, 1994 y Gunfighters Nation. The Myth of the Frontier in Twentieth-Century America, New York, Harper Perennial, 1993.
[9] Slotkin, Richard, Gunfighter Nation. The Myth of the Frontier in Twentieth-Century America, Harper Perennial, New York, 1993, p.4.
[10] Ibídem, p. 10-21.
[11] Hellfire Nation. The Politics of Sin in Amercan History, Yale University Press, New Haven & London, 2003, p. 3.
[12] Turner, Frederick Jackson , Op. Cit., pp. 343-345.
[13] Finkielkraut, Alain, La derrota del pensamiento, Anagrama, Barcelona, 1987, p.45.

El presidente Donald Trump se pone un sombrero de vaquero Stetson mientras recorre una exhibición de productos Made in America en el Salón Este de la Casa Blanca el 17 de julio de 2017.
* Javier Torres Parés: Doctor en “Historia y civilizaciones” por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, París; profesor de Historia de México contemporáneo en la Facultad de Filosofía y Letras y tutor del Posgrado en Historia de la UNAM.