17 de febrero de 2025
Una toxina del amor: análisis del amor patológico y sus impactos en el discurso de género decimonónicoUna toxina del amor: análisis del amor patológico y sus impactos en el discurso de género decimonónico
Por Sabrina Araujo de Sousa, Anelisa Mota Gregoleti y Christian Fausto Moraes dos Santos*
Introducción
La medicina ginecológica decimonónica surgió en un contexto de control y represión sobre la mujer, con el objetivo de demostrar las diferencias sexuales entre géneros a través de la fisiología. Durante este periodo, a las mujeres se les asoció con un carácter amoral y patológico, lo que llevó a la creación de normas morales e higiénicas para regular el cuerpo femenino. Enfermedades como la histeria y los trastornos emocionales se atribuían a la naturaleza femenina y eran vistas como perjudiciales no sólo para las mujeres, sino para la sociedad en su conjunto. Este discurso médico buscaba justificar la desigualdad de género y defender la superioridad masculina basándose en afirmaciones científicas.
Los médicos, entonces, no solo influyeron en la medicina, sino que también tuvieron un impacto en esferas sociales cotidianas, como el matrimonio y la educación. Las tesis médicas, imprescindibles para la obtención del título de doctor, sirvieron para reforzar las concepciones de la época y consolidar la visión de una sociedad jerárquica y desigual. Por ejemplo, el amor romántico ha llegado a ser tratado como una patología, asociándolo con enfermedades físicas y emocionales. Este tipo de enfoque contribuyó a la construcción de una “ciencia de la diferencia”, que reforzó la idea de que sentimientos como el amor eran peligrosos para la salud y la moralidad, sosteniendo los roles sociales tradicionales de las mujeres y justificando su inferioridad en relación con los hombres.
Una ciencia clasificatoria y represiva
El origen de la represión del sexo es un punto de partida para entender la problemática de este trabajo. Durante el siglo XVIII, cuando surgieron las bases del nuevo conocimiento médico que entró en vigor y se extendió hasta el siglo XIX, uno de los mayores cambios en la forma en que se practicaba la medicina es la forma en que se veían los cuerpos, las enfermedades y la salud. Según el filósofo Michel Foucault, la medicina moderna se basa en la anatomía y anatomo-clínica francesa, una disciplina médica que aboga por la observación y el análisis categórico de las enfermedades, basándose en datos estandarizados del sistema médico francés. En su libro O nascimento da Clínica[1] (edición en español: El nacimiento de la clínica, una arqueología de la mirada médica, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003) explica los procesos económicos, políticos y sociales que permitieron la institucionalización de la medicina durante el siglo XIX, procesos que dotaron a la institución de un poder nunca tenido, pues los médicos, al comprender los nuevos términos del análisis clínico, se desligaron de los viejos supuestos empíricos y actuaron cada vez más como individuos responsables de mantener la salud de los individuos.
Para comprender el contexto social en el que se presentaron las enfermedades durante el periodo, es necesario ver que las relaciones culturales están impulsadas por creencias, valores, expectativas y constituyen lenguajes; la cultura es un faro para el análisis del comportamiento.[2] La sexualidad se había convertido en el tema principal de los discursos de las instituciones de poder del siglo XIX (Estado y Medicina), que fue definida por Foucault como estrategia de control y corrección. Los cuerpos son analizados y patologizados por intereses no relacionados esencialmente con cuestiones de salud y enfermedad.
Según el antropólogo Claude Lévi-Strauss, citado en la obra de José Carlos Rodrigues, la sexualidad es doblemente social porque es una acción y un concepto que está entre la naturaleza y la cultura, y puede insertarse dentro del control social y también fuera de él. Las concepciones sobre el sexo atraviesan la historia y son moldeadas por la cultura, en el siglo XIX la medicina es también el delimitador del pensamiento social, impulsada por la moral e instigada por el deseo de corregir y controlar los cuerpos.
También enfatizamos la importancia de las patologías para el estudio de las sociedades, justificando el examen de las enfermedades porque son partes esenciales de la historia, demostrando no sólo el progreso de la salud, sino también porque evidencian prácticas y mentalidades sociales a través de la reacción y el tratamiento que cada cultura dirige al problema.[3] Comprendiendo el papel de las enfermedades en el periodo histórico, nos damos cuenta de que, en medio de la desmitificación y el desvelamiento sobre la fisiología de la mujer, los médicos del siglo XIX se sienten alentados por la narrativa histórica sobre el género, que tiende a reconocer a las mujeres como seres inferiores. Las pocas estabilidades que ha mantenido la figura femenina en la historia es la forma en que los cuerpos siempre están regulados por un orden superior comandado por los hombres, ya sea religioso, médico o moral; mientras que la medicina buscaba explicaciones para los eventos fisiológicos del cuerpo femenino y en medio de los muchos estudios que surgieron, eventos que antes se consideraban dañinos y sobrenaturales, como la menstruación, comenzaron a ser vistos como manifestaciones patológicas.[4]
En este contexto, las mujeres fueron mantenidas como figuras domésticas como resultado de su considerada vocación natural para la reproducción,[5] a pesar de que tales ideologías sobre la naturaleza femenina son anteriores al siglo XIX, es sólo en este periodo que sirvieron como síntomas de lo que sería o no saludable. La construcción del ideal de feminidad influyó directamente en la mentalidad médica.
Jean-Jacques Rousseau, escribió sobre la mujer ideal en el siglo XVIII, y construyó, a partir de un discurso moral, las bases para comprender el ideal de feminidad en el siglo XIX. Rousseau describe a Sofía, una muchacha recatada, que se ocupa del hogar y de la familia, convencida de su carácter sumiso. El filósofo, que influyó mucho en la formación del pensamiento de su tiempo, afirmaba que la pareja y mujer perfecta es la que sigue sus instintos naturales de sumisión, ya que “Las mujeres están hechas para agradar a los hombres. Si el hombre ha de agradarle, es menos una necesidad directa”.[6]
Los supuestos naturales femeninos entraron en el siglo XIX y fueron aceptados por los médicos higienistas. También en este periodo, los estereotipos fueron reforzados y apoyados por discursos, buscando consolidar atributos que definen a las mujeres.[7] Según el libro História do corpo I: Da Renascença às luzes,[8]el cuerpo femenino debía ajustarse a las normas sociales y espirituales vinculadas a la reproducción. Las mujeres se convirtieron en víctimas del poder del orden social vigente, que imponía conceptos normativos y disciplinarios sobre ellas, manteniéndolas en una constante vigilancia para garantizar su conformidad con estos estándares.
En su tesis Da intoxicação pelo amor (1923), Leopoldo Pires Porto aborda el amor y la pasión como patologías psicológicas, lo que permite analizar la medicalización de los sentimientos, considerados tan destructivos como cualquier otra enfermedad física de la época. Las tesis médicas desempeñan un papel fundamental para comprender cómo el saber médico oficial se relacionó con los discursos sociales, reflejando y reproduciendo el contexto en el que fueron desarrolladas. Al trabajar con el concepto de patología presentado en estas obras, podemos definir las ramificaciones del discurso médico en la sociedad, especialmente en lo que respecta a las consideraciones sobre el papel femenino.
El amor enfermo, una intoxicación peligrosa
La intoxicación por amor es retratada por Leopoldo Pires Porto[9] como una patología comparable a una adicción, como el alcoholismo. Ambos males tienen síntomas similares, ya que implican una dependencia que, con el tiempo, se vuelve imposible de superar, convirtiendo a la víctima en rehén de algo que inicialmente parecía placentero. Según Porto, esta enfermedad debe ser tratada con la misma seriedad que cualquier otra enfermedad y, por ello, su tesis se dedica a explorar a fondo las causas y síntomas de esta “intoxicación”, con el objetivo de combatir la enfermedad. A lo largo de su texto, el autor busca mapear la enfermedad a partir de varios ejemplos, y diferencia la forma en que afecta a hombres y mujeres, permitiendo un análisis de las percepciones sociales en torno a ambos géneros.
Porto sostiene que una de las principales causas de esta patología en el hombre es la herencia. El trastorno emocional, relacionado con la pasión, tendría su origen en un historial familiar de enfermedades como la histeria, o en la presencia de un “gen de la locura”. En este escenario, las mujeres serían las responsables de transmitir este trastorno patológico a sus hijos varones, perpetuando así el amor mórbido, es decir, la intoxicación por amor, como condición generacional de carácter patológico.
En uno de los casos clínicos de la tesis, Pires Porto presenta a un sujeto sin revelar su nombre completo, lo llama “R”. El intoxicado por el amor es un hombre descrito como desordenado, arrogante y ambicioso; con un carácter variable, que oscila entre la alegría y la depresión. Según Pires Porto (1923: 54), “R” entró en la carrera de arte dramático incluso en contra de los consejos de la familia. El hombre viajó por Europa y Sudamérica realizando comedias y cometiendo locuras, entre ellas la principal fue casarse con su maestra (una bailarina profesional). El amor enfermo en este hombre se manifiesta por la sumisión a su esposa. A menudo se dejaba dominar, revelando su debilidad mental. El estado de este hombre se explica por su árbol genealógico:
Ahora, volviendo a su herencia, lo encontramos tan pesadamente agobiado como siempre. Su madre era una neurópata, devota y colérica […] De dos hermanas una es débil, devota y derrochadora, la otra excéntrica y desordenada […] el desequilibrio funcional que atraviesa la historia progresiva del amante del amor, como el estado patológico de su árbol genealógico.[10]
Al abordar ejemplos de intoxicación en mujeres, Pires Porto los describe como algo vinculado a la sexualidad. Los principales momentos para ser víctimas de la intoxicación son en fases de la vida de efervescencia sexual, es decir; pubertad y menopausia, cuando el cuerpo es más vulnerable:
Y además, en este momento, la mujer contempla, amargamente, la dispersión de las bellezas de su cuerpo; Ve, impresionada, la savia que le dio la razón de su vida sexual huyendo de ella. Afligida, se reconoce incapaz de inspirar amor, con todo, todavía quería amar… Para la satisfacción de este deseo externo e insensato comente los actos más vergonzosos.[11]
Porto afirmó que las enfermedades debilitaban el organismo femenino. El equilibrio nervioso se resiente a la manifestación de emociones violentas y sobrecarga intelectual a la que se enfrenta la mujer cuando se enamora, dañando su salud y llevándola a cometer locura.
A modo de ejemplo y comparación de la patología, presentamos otra fuente de la época que apoyó las consideraciones sobre el amor. A mediados del siglo XIX, el cirujano Manoel Ignacio de Figueiredo Jaime realizó su trabajo “Considerações sobre as paixões, e effectos d’lma em geral, e em particular sobre o amor, amizade, gratidão, e amor da patria”[12] (1836), aprobado por la Academia Médico-Quirúrgica y presentado para ser apoyado por la Facultad de Medicina de Río de Janeiro. La obra tiene consideraciones sobre la divina providencia que atribuyó afectos a los seres humanos para asegurar la conservación de las especies, incluso si eran susceptibles a la degeneración a través de las ideas inadecuadas y las sensaciones depravadas del cuerpo. El autor también considera que tales sentimientos son tan esenciales para los hombres como el aire que respiran. Aun así, si se corrompieran, los afectos del alma se convertirían en las pasiones y, según el autor, las pasiones moderadas son de gran valor y virtud, pero los excesos las corrompen.
La primera descripción de la pasión que hace el autor en la fuente se está refiriendo a las alegrías de un sentimiento considerado sano, sin excesos, por lo que no debemos ver la medicalización de los sentimientos como una acción de medicina moral que sólo pretende atribuir emociones a una connotación patológica, ya que existe la noción de que estos sentimientos son beneficiosos y deben sentirse. Pero el control médico y la coerción deben ser constantes, porque la perversidad es un pecado humano natural para los hombres y especialmente para las mujeres.
Para Jaime, la necesidad de la felicidad, algo tan fuerte y necesario para los individuos, es lo que confunde a algunos hombres que no la buscan correctamente. Antes de alcanzar el estado completo de felicidad, que es lo más cercano posible a la perfección, los individuos pasaban por un estado de inquietud, debido al hecho de que no estaban viviendo lo que les es propio:
La felicidad es el fin natural del hombre: desea invenciblemente ser feliz; pero muy a menudo la razón incierta y las pasiones ciegas le desvían del término, al que aspira con tan vivo ardor […] para gozar de la felicidad, es necesario que la busque, que se aplique a distinguirla de lo que no es más que su imagen.[13]
Jaime también señala que una de las formas de combatir la enfermedad del amor es tener fuerza de espíritu, tal vez la razón gane la batalla contra las pasiones, obligando a tu alma a distraerse de los deseos dañinos. Según Jaime, el alma alberga todo tipo de deseos, entre ellos, el ya mencionado, el deseo de felicidad. Así, al analizar lo que sucede en el cuerpo de los amantes, el autor define que los nervios transmiten información sin comprender su importancia, el sentido común tiende un puente entre los deseos y el alma que, al ser informada de la pasión, los transforma en distracciones y, de manera confusa, el individuo toma conciencia de su nueva obsesión amorosa. El hombre sigue siendo guiado por el faro natural que lo conduce a la felicidad, mientras que su sistema nervioso es víctima de las pasiones del alma. La tesis señala que además del sistema nervioso, la moral también se ve afectada, pero las principales manifestaciones siguen siendo del cuerpo:
Desde este punto de vista, se admite que del deseo de felicidad nacen los afectos y pasiones del alma, y que estos efectos, que tienen en la región epigástrica y precordial, son el resultado de la conexión que allí tienen los órganos con el centro nervioso, cuya conexión o simpatía, es muy clara en la gastritis en cuya enfermedad aparecen la tristeza y la taciturnidad, incluso aquellos que han ingerido, ciertas dosis de veneno.[14]
Jaime, al igual que Porto, también hace una analogía entre el amor y la embriaguez, destacando que el amor es un sentimiento que depende tanto de factores sociales como psicológicos. Según el autor, las enfermedades mentales son el resultado de alteraciones en la capacidad natural de amar, lo que implica que el amor, en su forma más patológica, puede ser visto como un desequilibrio emocional y mental. El autor afirma que el amor es un concepto inherente a la naturaleza de los individuos, y que el hombre, movido por este sentimiento, puede incluso arriesgar su propia existencia en busca de un momento de placer. En este contexto, se hace necesario contar con la ayuda de otros para tratar a aquellos cuyos sentimientos se vuelven excesivos o poco saludables.
Según Jaime, el instinto amoroso es uno de los primeros afectos intensos que experimenta el ser humano, lo que hace que el hombre sea particularmente vulnerable a este tipo de sentimientos. Sin embargo, la mujer está intrínsecamente ligada a la felicidad del hombre, siendo la compañera inseparable que ofrece consuelo y apoyo. Debido a su supuesta inferioridad natural, la mujer debería ocupar una posición subordinada, a la espera de la protección del hombre, concepto que refleja la visión de la época sobre los roles de género y las relaciones de poder entre los sexos.
Las tesis médicas evidencian cómo el amor mórbido fue tratado tanto como un mal social como psíquico. Más allá de las causas, la naturaleza de los intoxicados resulta determinante en la manifestación de las pasiones del alma. En este sentido, la mujer, considerada inestable y frágil, podría desarrollar la patología de manera más violenta, o incluso incitar en el hombre ese mal tan temido por los médicos de la época.
Conclusión
A partir del análisis de las fuentes y las tesis médicas, podemos entender cómo el amor mórbido fue conceptualizado en el siglo XIX como una patología directamente ligada al sistema nervioso, en la que el deseo se convierte en un estado mental distorsionado que subyuga la razón. Este fenómeno, considerado principalmente masculino, encuentra en la mujer su víctima más vulnerable debido a la fragilidad de sus nervios, sumada a las concepciones de su debilidad mental y moral. La medicina higienista del periodo asignó a las mujeres normas de conducta estrictas, fundamentadas en su rol como procreadoras, lo cual fue utilizado para justificar el control de su sexualidad y la perpetuación de una moral restrictiva.
El sacramento del matrimonio y la educación femenina se configuraron como elementos coercitivos que reforzaban la represión sexual, mientras que el amor era idealizado en un marco de estrictas restricciones sociales y morales. Así, la mujer no sólo desconocía su cuerpo, sino que también vivía bajo una constante presión para cumplir con los estándares impuestos, mientras que la literatura y el concepto de amor idealizado se convertían en una forma de escape. De este modo, el amor tóxico, descrito por la medicina de la época, representaba una de las maneras de patologizar las emociones y de clasificar a los individuos dentro de un sistema médico emergente. La combinación de los avances en psiquiatría y la medicalización de las emociones creó un complejo entramado de métodos para corregir y reprimir los cuerpos, especialmente los cuerpos femeninos, en nombre de la salud y el orden social.
[1] M. Foucault (1998). O nascimento da Clínica, 5a. ed., Rio de Janeiro: Forense Universitária.
[2] J. C Rodrigues (1983). Tabu do corpo, Rio de Janeiro: Achiamé. 9-11.
[3] J. Le Goff (1991). As doenças têm história, Lisboa: Terramar. 8.
[4] E. M. Vieira (2002). A medicalização do corpo feminino, Rio de Janeiro: FioCruz.
[5] A. C. Cruz (1996). “Mulheres e doutores: discursos sobre o corpo feminino. Salvador, 1890-1930”, tesis de maestría en Historia, Universidade Federal da Bahia. 51.
[6] J. J. Rousseau (1995). Emílio, o da Educação, trad. de Sérgio Milliet. 3a. ed., Rio de Janeiro: Bertrand Brasil. 424 (edición en español: Emilio, o de la educación, Madrid, Alianza Editorial, 1998).
[7] M. R. Kehl (2007). Deslocamentos do feminino. Rio de Janeiro: Imago. 47.
[8] A. Corbin, J. Courtine y G. Vigarello (2008). História do corpo I: Da renascença às luzes, Rio de Janeiro: Vozes (edición en español: Historia del cuerpo 1: del Renacimiento al Siglo de las Luces, Madrid, Taurus, 2005). [9] L. P. Porto (1923). “Da intoxicação pelo amor”, tesis, Facultad de Medicina de Porto Alegre, 4, publicada por Ed. Porto Alegre, Typographia da Livraria do Globo.
[10] Véase n. 9, p. 54.
[11] Véase n. 9, p. 55.
[12] Jaime, M. I. F. (1836). “As paixões, e effectos d’lma em geral, e em particular sobre o amor, amizade, gratidão, e o amor da pátria”, tesis de doctorado, Faculdade de Medicina do Rio de Janeiro.
[13] Véase n. 12, pp. 3-4.
[14] Véase n. 12, p. 7.
* Sobre los autores
Sabrina Araujo de Sousa: becaria del gobierno federal brasileño para estudiar la maestría en Historia, Cultura y Narrativa, Universidad Estatal de Maringá, Maringá, Brasil.
Anelisa Mota Gregoleti: becaria del gobierno federal brasileño para estudiar un posdoctorado en Historia de la Ciencia, Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México.
Christian Fausto Moraes dos Santos: investigador, becario de productividad del gobierno federal brasileño y profesor titular de Historia en la Universidad Estatal de Maringá, Maringá, Brasil.